Y dio otro bocado. Y con él desaparecieron personajes secundarios que confundían al lector y unas cuantas situaciones que no habían sido lo suficientemente desarrolladas. Y con el siguiente corte desapareció una anécdota que, valga la redundancia, no venía para nada a cuento. Otro recorte y con él se fueron conjunciones, adverbios y adjetivos, todos los que eran realmente innecesarios. Llegados a este punto el escritor releyó su relato. Era perfecto. Y contó. Noventa y ocho, noventa y nueve y cien. Cien palabras exactas por lo que además tenía la longitud perfecta para ser un microcuento perfecto. Pulsó a enviar.
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