ATENCIÓN

ATENCIÓN: la percepción requiere participación

jueves, 24 de febrero de 2011

EL CIEGO DE LA ONCE

El hombre empujó el carrito donde su hija dormía hasta la esquina. Allí estaba el ciego que día tras día le había vendido el cupón de la ONCE.
-¿Qué tal está hoy?
-Bien... y su hija... ¿No habla aún?
-Balbucea, nada más. Déme lo de siempre, ya sabe, un cinco.
-De acuerdo, pero... verá... necesito hablarle de algo. Invíteme a un café, le cuento y hoy no le cobraré el cupón.
El hombre vaciló un segundo. Pero no había desayunado aun esa mañana. Aceptó.
Ya en el bar, con dos cafés y una tostada, el ciego habló.
-Verá, ha ocurrido algo. Ayer, al ir a la oficina, quise improvisar un nuevo camino. Pero mi memoria espacial me falla a veces, y sin ojos... pues ya intuye... me perdí. Llegué tarde y no pude devolver los cupones no vendidos. A veces pasa y, aunque es un jaleo, el caso es que se pueden devolver al siguiente día. Sin embargo, la cosa no acaba ahí, al escuchar en casa el sorteo por la radio... Tengo tres cupones del número premiado. ¿Se lo puede creer? Son unos cuantos millones, de las antiguas pesetas, claro...
-Enhorabuena... parece que al final debería ser usted quien invite al café, ¿no le parece?
La niña, su hija, se revolvió en el carrito, pero siguió durmiendo. Nadie se dio por enterado. El ciego buscó con sus manos el café. Bebió un sorbo. Con las manos, de nuevo, buscó un lugar donde volver a dejar la taza. Continuó.
-Pues verá, no es tan sencillo. Ahora que lo dice, aun no voy a poder invitarle. Como le dije, tengo los cupones por una irregularidad. No puedo cobrarlos.
-Pues vaya... y qué piensa hacer.
-Ya lo estoy haciendo. Voy a  pedirle ayuda.
-¿Perdón? ¿Cómo puedo ayudarle?
-Cobrando usted el dinero. Usted compra un cupón cada día. En realidad nadie sabe que compra solo uno. Podría comprar dos, o cinco, o tres, nadie lo sabe, nadie lo investigaría. Es lo habitual. Tan solo le darán la enhorabuena en el banco y le pagarán el dinero. Lo cobrará por mi. Por supuesto, le compensaré por ello.
-No es necesario que lo haga, de verdad, le haré encantado ese favor.
-Insisto en compensarle, sobretodo porque voy a pedirle mi parte por adelantado.
-¿Cómo?
-Quiero que me de una cantidad por adelantado- en ese momento el hombre se dio cuenta de que el ciego llevaba un rato jugando con un papel moviéndolo entre sus dedos. Se lo dio al hombre- quiero que me de la cantidad que figura en el papel. Yo le daré los cupones. Y usted podrá cobrarlos.
El hombre desdoblo el papel y leyó la cifra. La niña, su hija, volvió a moverse en el carrito. Tal vez tuviera un sueño inquieto.
-Pero esto es más de la mitad del premio...
-Usted no ha hecho nada, los cupones son míos.
-Lo se, pero... por qué tendría yo que darle nada, de hacerle el favor lo haría gratis, no necesito ninguna compensación.
-Verá, seamos sinceros, apenas le conozco, tan solo se de usted que me compra el cupón todos los días. No le conozco más que de eso, de venderle su cupón cada mañana. Nuestro encuentro diario no llega a durar ni 30 segundos de intercambio de palabras casi banales. En realidad prácticamente no se quien es usted. Es un completo desconocido para mi.
-No se fía.
-Por supuesto que no me fío de usted, ya sabe cual es el premio, es mucho dinero.
-Y entonces... ¿por qué me eligió?
-Es usted la primera persona a la reconocí como cliente habitual y ha venido sola a comprarme el cupón. Suerte, destino, según se mire. ¿No es lo que busca cada día al llevarse su cupón?
-Si, claro, además quiero ayudarle, y entiendo que no se fíe. Pero... lo que me pide es una cantidad elevada, no dispongo de tanto dinero.
-Sea sincero conmigo, por favor- parecía que el ciego le mirara- piensa que voy a timarle. A engañarle. Quedarme con su dinero. Pero no ha considerado todas las variables. En realidad me conoce más de lo que piensa. Le he vendido el cupón desde hace ya mucho tiempo. Puede localizarme en la ONCE. Allí pueden darle mis datos. Con el dinero que le pido sabe que no me compensa dejarle tirado. Sin embargo yo si tengo que pedírselo ya que no le conozco a usted, ni siquiera se donde vive ni como localizarlo. Además usted puede denunciarme si lo engaño, pero yo no puedo denunciarle a usted si se fuga con los cupones. ¿Lo entiende?
-Está bien, de acuerdo, no es un timo. Es cierto que desconfío, pero por otro lado soy sincero cuando le digo que no dispongo de esa cantidad de dinero.
-De acuerdo- el ciego se mostró comprensivo- le daré los cupones, vaya al banco, cobre el dinero, separe su parte y traiga la mía, yo esperaré aquí, con su hija.
-¿Pretende quedarse con mi hija como aval?
-Señor... debe entenderlo, necesito tener la absoluta seguridad de que va a volver. No entiende lo importante que es para mi. Le explicaré. Soy ciego desde muy pequeño. Me he enterado que hay un tratamiento experimental de momento ilegal. Tan ilegal que para que se me practique debo de conseguir por mi cuenta unas corneas en el mercado negro. Con ese dinero, con mi parte, podré pagar las corneas. Con ese dinero podré ver. ¿Entiende lo importante que es para mi?
Hubo un silencio. Al fin el hombre habló.
-Está bien, lo haré.
Casi una hora después el hombre salió del banco con una bolsa de deporte cargada de billetes. Aunque no dudo casi por ningún momento de la historia del ciego sintió una gran liberación cuando cruzó la puerta de la entidad bancaria con el “botín”. Entró en el bar con único pensamiento en la cabeza. En realidad no le hacía falta el dinero. Renunciaría a su parte. Es más, había decidido no comprar nunca más el cupón de la ONCE, todo estaba bien en su vida tal y como estaba y la ilusión de un premio ya no le emocionaba. No necesitaba ese cupón, no necesitaba la ilusión, no necesitaba el premio. Y de pronto el hombre se volvió tan ciego como el ciego. O como si se hubiera vuelto. Porque por mas que miraba no fue capaz de ver al ciego. Por supuesto, tampoco a su hija.

No hay comentarios:

Publicar un comentario